Interesantes acontecimientos han ocurrido en México: una iniciativa de ley para prohibir que animales silvestres sean vendidos como animales de compañía; otra para que en los circos no se utilicen animales; una recomendación de la Comisión de Derechos Humanos de Yucatán que pretende alejar a los menores de edad de la tauromaquia; la convicción de otro Ombudsman para pronunciarse en el mismo sentido; una creciente opinión pública rechazando a las corridas, a los circos y a la experimentación con animales; más personas queriendo adoptar en lugar de comprar; menos gente creyendo la falacia de que solo consumiendo cadáveres se puede tener una buena nutrición…
Parece que el tema de la crueldad hacia los animales empieza a preocupar realmente no solo a la sociedad, sino también a los gobernantes ¿será que al fin empiezan a comprender que esa tan mencionada relación entre maltrato animal y criminalidad es cierta y que se ha hecho evidente en la vida diaria?
Ojala que no sea muy tarde para gestar los cambios radicales necesarios en la forma de relacionarnos con las demás especies y con la naturaleza en general. El egoísmo de nuestra especie ha sido tan grande como su miopía, esperemos que la graduación de los anteojos que está a punto de colocarse la comunidad humana, sea la correcta y por primera vez las cosas se vean como son: vivimos rodeados de tortura y muerte perfectamente evitables y esa conducta criminal se nos está regresando.
Visualicemos a un mundo que en lugar de rastros, antirrábicos o zoológicos, tenga a humanos que amen a la Tierra y a todas sus formas de vida, respetando a cada ser humano o no, como le gustaría que le respetaran a sí mismo, tratando a los hábitats como sitios sagrados que crean oxígeno y agua, que mantienen las temperaturas idóneas para la vida. Actuemos para conseguirlo: empecemos por no dar nuestro dinero a nadie que de una u otra forma torture a los no humanos (tiendas de mascotas, cirqueros, carniceros, productos como Procter & Gamble, delfinarios, etc.). Está en cada uno de nosotros dejar de creernos que siendo discriminadores por especie somos superiores, cuando en realidad sólo nos muestra esa forma de ser, como unos déspotas ignorantes.